martes, 10 de enero de 2017

El Reencuentro

La reunión entre José Arguedas y Arturo Morales estaba pactada para las 3pm. del primer sábado de enero. El lugar no podía ser más propicio: la Antigua Taberna Queirolo, que tiene más de 130 años de actividad, y que estaba muy cerca del departamento de José y era uno de los bares preferidos de Arturo.

La emoción de Arturo por este reencuentro de más de veinticinco años tiene que ver con las reminiscencias de una época feliz, su niñez, recuerdos que acariciaban su mente a través de imágenes conocidas, tibias, de aquellos dibujos animados japoneses que obnubilaron sus primeros años, de series entrañables de la época, películas, canciones, sus padres vivos.

Como nunca, Morales trata de ser puntual. Sale de su departamento con anticipación y buen humor, avizora la mirada y con firme decisión. El tráfico es intenso y el calor agobiante pero ni así mengua la emoción.

‘Avísame cuando estés a cinco minutos del lugar’, pide Arguedas por mensaje de texto.

– Señor, diez soles más si llegamos antes de las 3pm. al Queirolo.

– Está difícil maestrito pero, a'er, voy a intentarlo.

El taxi llegó a las 3:02pm.

En el local, antes de pedirle a Arguedas que ‘baje’, Morales busca la mesa histórica. Las opciones son pocas ya que ese Queirolo casi siempre está repleto los sábados. Ya sentado, Morales invoca: ‘Vente papi’.

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Sentado a sus anchas, San Felipe espera la llegada de San Diego. Todavía no ordenó nada. Espera. Otea el lugar, observa a los comensales, los arribos, las bandejas, las caras. San Diego llega, delgado, barbado, jovial, a paso firme. San Felipe, sin cabello, ennegrecido por el sol y sabe Dios qué más, incorpora toda su inmensidad y lo recibe con un abrazo.

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El primer encuentro de los amigos no abordó temas políticos ni religiosos, en cambio, fue un rápido repaso de dos biografías que necesitarán varios encuentros para ponerse al día. ‘¿Sabes por qué te pusieron Constantino?’, fue la primera pregunta. Como José intuyó, la madre de Arturo había fallecido. Sucedió casi cinco años antes de su reunión. Más sorprendente fue para José enterarse que Arturo estaba en Lima desde el 2011.

La colisión de estos dos mundos no fue destructiva. Por el contrario, fue estimulante. En una parte de la conversación, ya cómodos y relajados, y a propósito de libros, Morales comenta que no le gusta la obra de García Márquez porque, para él, sus libros exponen y ensalzan el amor romántico y ese amor es innecesario para él, no es importante, es circunstancial, prescindible. Morales prefiere a Borges. José en cambio, sí aprecia al creador de Macondo. Esta diferencia marcará la relación si es que ambos deciden darle continuidad.

Arturo sintió que José era impulsivo pero no dijo nada. José espetó su desacuerdo con la aparente negatividad o pesimismo de Arturo, que éste justificaba como ‘expresiones realistas o crudas’, aunque en su fuero íntimo llamaba ‘lucidez’ a lo que su amigo rechaza con notoriedad.

Por la emoción del momento y la comodidad que José brindó al momento, Arturo se animó a hacer confesiones. Habló de su trabajo como no lo hizo con nadie; desembauló el amor platónico por su hermana; pidió perdón por haberle mentido a un amigo en común; admitió sentirse incómodo con su desbordante anatomía e hizo propuestas para trabajar en coautoría en dos proyectos difíciles: uno político y otro literario.

Arturo luce muy por encima de su peso ideal. Le incomoda pero no le importa estar así. ‘Nada me levanta el ánimo, José’. Las ausencias continúas y los desencuentros, las lejanías, han marcado la vida del amigo que llegó de Texas. La temprana partida de su madre lo ha postrado en el hastío. ‘Debes aprender a vivir con el hueco en el corazón’, replica José. La propuesta la escuchó mil veces, pero esta vez resonó como un cañón en la conciencia de Arturo. Con el tiempo, se asimila la pérdida, sí, pero algo muere por dentro.

Diez cervezas, un cebiche y un puñado de tequeños acompañaron la charla. Películas, frases, recapitulaciones, anécdotas, revelaciones, evocaciones, remembranzas, aclaraciones. Las horas no murieron en vano. Cada sorbo de cerveza fue justificado.

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Previo acuerdo, los amigos debían intercambiar libros para leerlos y comentarlos en una posterior reunión, acción que haría inevitable volverse a ver. Este ejercicio los obligaría a disciplinar sus horarios y a darle valor al tiempo de ocio. Morales llevó ‘Museo, textos inéditos’, de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Arguedas llegó sin el libro pero propuso ir a su departamento para entregarlo. Y así fue.

Tras una breve caminata, ambos llegaron al departamento de Arguedas, que está ubicado en el décimo piso de un imponente edificio. En el lobby los esperaba su novia, Noelia, una morena bella, risueña y amable. Entre este par de amigos hay muchas coincidencias: ambos tienen una ‘Negrita’ en su vida, ambos nacieron en abril, los dos gustan de escribir, los dos tienen demonios que exorcizar (eso, leyentes, quizá no lo lleguen a saber).

Una cerveza más, ora un chilcano de pisco. Una vivaz charla sobre El Vengador (Kotetsu Jeeg), ora cantando la ‘Marcha Ugartina’. Morales trata de conjurar sus tormentos con Arguedas. ‘¿Soy ugartino aunque me hayan expulsado en tercero de secundaria?’, pregunta. El amigo, que fue un alumno destacado, dice que sí. El limbo desaparece y Morales siente, al fin, lo reconfortante que es la pertenencia, porque hasta entonces se sintió casi como un apátrida.

En un momento de la parte final de la reunión, Arguedas abraza a su amigo y le dice: ‘Esto es lo que debí haber hecho cuando mataron a tu papá’. La emoción, que pedía a gritos desbordarse en lágrimas, cimbró la humanidad de Morales. Ese abrazo indemnizó, en parte, décadas de ausencias.

Antes de abandonar el departamento, Arguedas invita a su amigo a un ambiente en el que están los libros. El elegido es ‘La sexta isla’, de Daniel Chavarría, un tomo de gran valor sentimental para el ingeniero de sistemas.

La reunión acabó al borde las 10pm., cuando Arguedas y Noelia embarcaron en un taxi a Morales. Quiero creer que ambos sintonizaron inquietudes ese día. El abrazo final diría que sí. Un segundo encuentro sellará esta sospecha.


Nabucodonosor
Martes 10 de enero

PD1: En casi 10 años que tiene este Blog (los cumple en Junio), esta es la 1ra vez que alguien que no es EBP escribe en él.

PD2: Este relato constituye la 2da parte del post "El Bocón".

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jueves, 5 de enero de 2017

El Bocón

La última vez que vi a mi amigo fue hace treinta años, en el patio del Colegio…

Luego de varias semanas de inexplicable ausencia, al fin mi amigo regresaría al Colegio. El viernes previo a su retorno la profesora nos había pedido que fuéramos buenos con él y que lo ayudáramos a ponerse al día en los cursos.

Así que el lunes se apareció mi amigo en el salón, no llevaba uniforme, estaba vestido con ropa de calle. No tuvimos mucho tiempo de conversar, porque casi al instante que llegó, sonó el timbre indicando que saliéramos al patio para la formación.

Formamos como siempre, en dos filas, y como mi amigo estaba parado a mi lado nos pusimos a hablar de cualquier cosa. En frente de nosotros había una pequeña tarima donde la directora daba un discurso por una celebración patriótica que, por más esfuerzo que hago, no logro recordar.

Lo que si recuerdo es que de pronto alguien de nuestro grupo se rió fuerte por algo y la directora interrumpió sus palabras y desvió su vista hacia nosotros, y como no pudo identificar quien era el revoltoso, se la agarró con el único niño en el patio que había venido con ropa de calle…

"Oiga usted alumno, encima que viene al Colegio sin portar el uniforme único escolar, tiene el desparpajo de promover el desorden en la formación?!"

El patio entero quedó en silencio y todo el alumnado volteó a ver a mi amigo, quien de la vergüenza o los nervios solo atinó a seguirme hablando, con el rostro colorado como un tomate y los ojos a punto de llorar.

Así que le seguí hablando, mis ojos fijos en los suyos. Fue como si de pronto la Directora se callara, todos los demás desaparecieran y solo estuviéramos nosotros, solos en ese patio, y yo sabía, de alguna forma, que mi mirada y mis palabras, eran lo único que sostenía a mi amigo para que no se caiga.

Mientras todo esto pasaba, mi profesora se acercaba disimuladamente al estrado, tapaba el micrófono con la mano y le contaba al oído a la directora, lo que le había pasado a aquel niño semanas antes: su padre había sido asesinado por unos terroristas en Ayacucho…

Y esa fue la última vez que vi a mi amigo, nunca más regresó al Colegio, ambos teníamos once años y estábamos en sexto de Primaria, pero este sábado, por esas cosas locas y maravillosas que tiene la vida, lo volveré a ver… :)

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